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Sin dudarlo, me zambullí de nuevo. La desesperación por ver, me había
abierto el pecho en dos y respiraba fácilmente, aunque en verdad dolía un
poco.
Y así, mientras nadaba despacio, decidí no regresar. No podía soportar la
idea de perder la visión, sentía que era como perderme a mí misma. Y no
volví.
Había elegido los colores y la vida y para eso había debido transformarme.
No sabía en qué criatura me había convertido, no podía discernir si era un
animal o una sirena o si seguía siendo un ser humano adaptado a un nuevo
medio. Mis esquemáticos conocimientos terrestres no me permitían llegar a
ninguna conclusión, pero acepté, con mi mirada llena de asombro otra vez, la
posibilidad de nadar, de bucear, de respirar bajo el agua.
Tuve que perderme para volver a encontrarme, deshaciéndome en minúsculos
pedazos de sombra que se deslizaron por mis dedos y se perdieron en el
viaje. ¿Era magia o era realidad? Si era un sueño, no quería que terminase.
Y si no lo era.
Divagando y perdida en mis pensamientos, llegué al fondo del mar. Su color
azul turquesa oscuro me envolvió como si fuera un collar y el equilibrio de
mi nueva respiración me mareó un poco. Pero si hubo algo que conmovió cada
una de mis células fue el silencio. Un silencio absoluto y lleno de matices
al mismo tiempo.
De repente vi pasar una cabeza flotando, como si fuera la parte superior de
una escultura griega. Comencé a nadar despacio a su lado y observé que era
mi cabeza pero rota, le faltaba una parte. Más allá, flotaba el torso, casi
levitando, y más allá aún, las piernas, perdidas en un baile solitario.
Quise unir cada pieza y nadé de un lado a otro intentando juntarlas de
nuevo, pero se me resbalaban de las manos y seguían su vida sin mí.
Me quedé muy quieta y, desde un lugar misterioso que no pude reconocer, una
fuerza enorme me hizo dar una vuelta vertiginosa y allí, así, en el fondo
del mar, lo supe. Supe que esa transformación había ocurrido para que
pudiera verme hecha trizas, desarmada, desnuda, con mi alma a cuestas
intentando aprender a respirar otra vez.
Volví a ascender despacio, muy lentamente, saboreando en cada centímetro de
mi piel el contacto con el agua. El fondo del mar había sido testigo y cuna,
espejo de un miedo antiguo y primitivo que me había devuelto una imagen de
mis pedazos y de mi necesidad de volver a empezar.
Dianamarina